5.03.2010

El sueño del retorno


“Las reunificaciones familiares,…
no son como se esperaba
por el sencillo hecho de que
tanto la madre como el hijo no se conocen;
son extraños
y si se conocen, es solo por foto.”

“Había una ‘coyota¡
llamada doña Corina
que a cambio de mil dólares
hacía el viaje sin problemas.
A ella este pueblo debería hacerle
un monumento”.

Gente y su casa






“Él visita la casa dos veces al año nada más.
El resto del año esta cerrada y como ve
los muebles tapados para que no se arruinen.
Viene por tres o cuatro días
sólo a ver la casa, hacer limpieza y se va.”

Arquitectura sin arquitectos



“La pensada de él es volver cuando se
pensione.
Es que fíjese que yo veo que una condición…
es mantener siempre el núcleo familiar…
y aunque estén dispersos regresar algún día
a un punto común.
Y esto puede ser esta casa,
así piensan ellos y así pienso yo…”


“Su hijo tiene como ocho años
de haber emigrado a Estados Unidos
y después se llevó a su esposa.
Han comprado solares y terreno con bosque,
área para cultivos
y una fuente de agua de buena calidad.
En el trayecto sufrió secuestros,
abandonos del coyote local.
A su padre le tocó vender la casa
para pagar U$A 3,000.00.”

La casa y su entorno




La casa se ha levantado con un plano
que su hijo ha enviado,…
en base a la distribución de espacios del apartamento
n que vive en los Estados Unidos.

Arquitectura sin arquitectos 2




“… si ella no se hubiera ido,
no hubiéramos podido estudiar,
no tuviéramos casa,
ni contar con un vehículo para trabajar”.

Detalles



La casa primero, carro y negocio viene después.
Quienes se aferran al campo añaden tierra
como bien de remesa.
La casa es necesidad y es prestigio,
la figura el éxito.
(10 palabras)



Panorámicas



“Conocer viendo” la arquitectura de remesas

Convergencia de miradas

No es común reunir a fotógrafos, arquitectos y antropólogos para “mirar” un cambio social contemporáneo. Un cambio que, de flujo humano clandestino pasó a constatarse su evidencia dramática y ahora es proyector de visibilidad arquitectónica en los esfuerzos por construir sus aspiraciones habitacionales. Miradas de fotógrafos que reafirman detalles y ángulos, de arquitectos que evocan el uso del espacio y de antropólogos que desmenuzan significados de las relaciones entre personas, en tres países que son cercanos y lejanos a la vez. En efecto, el presente libro reúne diversas miradas, a veces convergentes y a veces no tanto, de la llamada “arquitectura de remesas” en los tres países ubicados en el “Triángulo Norte”, vieja alusión geopolítica de pasadas décadas, Guatemala, El Salvador y Honduras. Países que comparten fronteras, dichas y desdichas.

Estas tres formas de mirar otorgan la posibilidad de no contentarnos con la descripción de una arquitectura que sorprende por su esfuerzo en solitario, e incomoda por su libertad en la forma y usos. Los arquitectos, más concentrados en el diseño y en el uso del espacio, buscan entender el proceso social de esa arquitectura en el contexto de la urbanización, los fotógrafos sobrepasan el encuadre del espacio y de las formas, fijan sus ojos en el detalle y rastrean a los personajes involucrados en un vínculo cotidiano, mientras los antropólogos se preguntan qué implica el cambio social en el trasfondo de la migración y rebuscan sus significados en esa secuencia de migrantes-coyotes-familias-parientes-albañiles. Arquitectos y antropólogos funden sus miradas en la escritura, invitando a construir una visión alternativa, mientras los fotógrafos documentan con imágenes “acercándonos y revelándonos” a una estética chocante de una realidad aún más chocante. Arquitectos y fotógrafos tienen lenguajes cercanos, se comprenden en su relación con la imagen y el espacio y los fotógrafos hacen de bisagra entre arquitectura y antropología a través de su mirada social cotidiana. Mientras tanto, los antropólogos recuerdan el submundo de la significación implícito en el movimiento de las personas en el espacio. En su conjunto ponen el acento en la geometría del espacio, en la atmósfera de la convivencia y en la variedad de sus expresiones habitacionales.

Hay en todos ellos una acción de mirar (fijar el ojo) y no sólo de dar un vistazo (recorrer el ojo) . Pero tampoco, en ese mirar procuran explicarlo todo, pues invitan al lector a “conocer viendo” eso que le rodea y que le es cercano pero que no ve con facilidad o no quiere ver, como es el “esfuerzo-sacrificio-sufrimiento” de los migrantes, traducido en edificaciones-consumo-transporte-negocio-tierra; sin dejar de recordar que hoy, para muchos, la casa-carro-celular-aparato de sonido, se han convertido en la mayor aspiración deseable-posible en una demostración por alejarse del agujero de la pobreza o de un chato nivel medio. Para los migrantes las remesas simbolizan el primer paso para ese deseo posible.

El escenario
El Salvador, enmarcado como en Guatemala en una guerra reciente, era expulsor de gente desde mucho antes. El imperativo de su tamaño en contradicción con su crecimiento poblacional se consideraba como el elemento de constatación irrefutable. Guatemala, que fue más recatada en su salida masiva, ahora es visible por la migración indígena, a pesar de ser menor que la ladina, por sus contornos culturales específicos tanto afuera como adentro.
En ambos países, la huida masiva venía dándose a través del clásico paso a paso de la desestructuración de la vida campesina, atosigada por la economía de agroexportación y la producción mercantilizada, que obligaba a buscar sobrevivencias laborales en poblaciones más grandes hasta llegar a las capitales, o en sostener ilusiones campesinas colonizando las últimas fronteras agrícolas. Estas últimas pronto se agotarían en El Salvador, mientras duraría un poco más en Guatemala. Luego vendría la guerra y los desplazamientos fueron múltiples.

Muchos vieron su escape montándose a la vieja corriente migratoria, clandestina o legal, de alcanzar el sueño americano, manifiesta desde la década de los cincuenta. Época desde la que en la región los cambios modernos se acelerarán en alud: crecimiento urbano, industrialización, ingreso a un capitalismo sin retorno, aumento poblacional exponencial, cultura de masas, consumo de objetos, sin que necesariamente cambiaran a esa misma velocidad las élites concentradoras, la desigualdad social y la política autoritaria. Los salvadoreños fueron favorecidos por la política norteamericana, los guatemaltecos no. En todo caso, el rumbo al norte se convirtió en flujo masivo. Honduras, sin la magnitud de crisis política que tuvieron los otros dos países, se permitió un mayor margen de ampliar las fronteras agrícolas, vigente aún hoy. No obstante, aunque en menor escala, igualmente emigró parte de su población. Si hemos de hablar de causas, éstas son compartidas: degradación de la vida campesina, pobreza, violencia, búsqueda de empleo y aspiración de participar en ese mundo de consumo, visto como lejano, pero al que hoy la globalización nos lo acerca un poco más.

Si la crisis política afectó a todos e hizo dar el salto migratorio masivo durante la década de los ochenta, será a finales de los noventa y principios del nuevo siglo, con la crisis del agro, producto de la crisis de la economía global, cuando se abrió aún más el incontenible chorro humano. Hoy en Estados Unidos, gobierno y población se debaten en el dilema de aceptar o rechazar ese mar ilegal, incómodo y no deseado por su origen, pero necesario al way of life de la potencia mundial, que de otro modo sería menos placentero.

La emigración, dolorosa o exitosa, ilusionará a las personas en esa posibilidad, que no ven al alcance de su mano en sus propios países. La cifra de la migración no es baladí. Más de una décima de la población de esos tres países permanece afuera, sin contar los retornos y deportados a lo largo del tiempo. Alrededor de un cuarto de las familias reciben las remesas. El migrante ensanchó el espacio y volvió compleja toda referencia a lo nacional. Su identidad ahora se construye sumando sus vínculos con esos otros lugares.

Arquitectura sin arquitectos
La arquitectura como actividad no tiene definiciones fáciles. Surgió para nombrar al encargado de las construcciones, luego dejó de lado al personaje para centrarse en el diseño al modificar la superficie terrestre en la búsqueda de satisfacer las necesidades humanas. Por mucho tiempo el diseño se vinculó al arte, a una expresividad visual que magnificaba el poder y marcaba un estilo, donde formas, estructuras y funciones no estaban disociadas. Del estilo se pasaba a la cultura, a un saber compartido. Más tarde, con la masividad poblacional, el estilo se acercó a la funcionalidad de la compleja vida humana, pero pronto decayó y se multiplicaron los estilos en términos de creatividad visual o de recreación estereotipada de viejos estilos. Para hacerlos más funcionales se requerían planificaciones o una vuelta a imposiciones estilísticas, pero ahora el mercado señalaba, por un lado, una democratización de la decisión individual y por el otro, la exclusión de la mayoría en las decisiones. Entonces, los “no estilos” (como lo señalara una autora de este libro) se convirtieron en la norma. Hoy, la arquitectura como diseño sigue cercana al poder exponiendo el diseño individual a los ojos de todos. Tampoco es lejana a la clase media exponiendo los “neos” masivos: neoclásicos, neocoloniales… de colonias y condominios y de centros comerciales.

Mientras tanto el resto, la mayoría, se las agencia como puede. Más del 60% de las construcciones en América Latina se hacen al ojo del maestro de obras o del albañil con pretensiones de maestro. Después de todo, la arquitectura sin arquitectos es tan vieja como la historia. La capacidad de las poblaciones de construir para adaptarse al ambiente y al clima, marca una sabiduría transmitida en el tiempo. De esa manera la llamada arquitectura vernácula también sembró los campos. En las ciudades, es arquitectura modesta y cotidiana, al margen de la estética cultivada, para la cual es fealdad. Las villas miserias, limonadas, o tugurios han sido su máxima expresión. Las buenas intenciones de los proyectos de vivienda estatales y de la llamada “arquitectura sin aplausos” o “prearquitectura del bienestar” simplemente no alcanzan el umbral de la necesidad. Los pobres han esperado las respuestas estatales y las que llegaron fueron de a gotas. Al final el esfuerzo habitacional sigue recayendo en ellos mismos. Terremotos y otras desgracias modifican constantemente los recursos de construcción. No obstante, se ha abierto la posibilidad de construir para el largo plazo, un deseo fuertemente valorado en el campo, y hoy los materiales industriales superan a los artesanales. Los últimos treinta años en ciudades y pueblos manifiestan ese cambio y, junto con ello, la irrupción de variedad de estilos y no estilos.

En este contexto, surge la arquitectura de remesas. No siempre fácil de percibir, pues el esfuerzo constructivo también depende del ahorro local enmarcado en una ampliación del mercado y de los servicios, que lentamente viene abarcando a un mayor número de personas, incluso a los pobres; pues hoy la visión de lo que es ser pobre se diferencia de la del pobre de antaño. No obstante, las remesas dejan su marca en estilos y no estilos, en buena medida, por ese proceso de negociación entre migrante proveedor y decisor del diseño compartido con el maestro constructor, donde se funden el deseo de lo visto en el exterior, lo soñado a superar derivado de la experiencia, y la prueba-error del constructor. Además, entra en esa negociación la mirada de la persona de confianza –suegro/suegra-madre/padre- esposa- hermano-tío- quien supervisa el proceso y gestiona la remesa. A quien a veces el decisor le otorga voz y voto según sea su rol familiar o de género, pero quien al final proporciona su parte de decisión en el terreno.

La arquitectura de remesas es visible por su propio esfuerzo. Ahí está, quien la busca la encuentra. Más visible en el campo que en la ciudad. Es la medida del éxito de un drama social extenso. Se le mira porque se destaca como narración comunitaria de experiencias o como expresión individual en su afán por distinguirse de sus iguales.

Del drama a la trama
Del drama de la migración también se habla en este libro. Este es un proceso con muchas aristas. Una decisión familiar e individual va entretejiendo la disyuntiva expulsora y la decisión de salir. Lo primero es la ruptura familiar que siempre tendrá efectos posteriores. Entre pobreza, miedo y supuestos de oportunidad oscilan las motivaciones. De ahí viene la hipoteca vivencial pues no se trata sólo de cifras económicas, de garantía están la vida y bienes de quienes se van o se quedan. Las cifras no son cualquier cosa, de 3.000.00 a 10.000.00 dólares para arrancar. Una cifra que ni llegan a obtener en un año en su propio país. Los coyotes y prestamistas, los grandes beneficiarios, son vistos con prestigio pero también proyectan temor. Sus mundos se funden con otros, generalmente ilícitos. Frente al coyote el silencio es vital en términos de denuncia, silencio que sólo es superado por el rumor social que permite obtener su contacto, el primer paso de la trama.

El drama sigue con el azaroso viaje. Y nuevamente resurge la trama. El resultado es una intrincada topografía de miles de caminos, de cientos de estancias temporales, de comedores de paso, de variados e incómodos transportes, de riesgos cotidianos. México resulta contradictorio, entre atracción y repudio. La memoria del migrante muchas veces no es benévola con ese país, que ahora se ve como parte de ese “norte”, pero poco contribuye como tal. De nuevo se retorna al drama pues las mayores penalidades comienzan ahí y no se terminan ni cuando se llega enfrente del umbral, simbolizado en la nueva “cortina de hierro” económica, que no deja de ser ideológica, no por amenazante de bienestares sino por abarcadora de esperanzas consumidoras. El paso de ese umbral es decisivo, a veces se paga con la vida y otras con la deportación inmediata, pero casi siempre con una nueva marginalidad. Para quien lo logra las cosas no se quedan ahí pues la estancia en los “Estados” tiene otras complicaciones que refuerzan el drama: búsqueda de trabajo-aglomeración con sus pares-pago de la deuda y el constante “ojo al Cristo”, “aguas la migra” “ponete buzo”…. Una cotidianeidad de sospechas y de búsquedas de escapes rápidos. Cuando se asienta convive al lado del diferente y lo familiar le es lejano.

No obstante, acá se hacen visibles las redes. Aquellas proporcionadas por los coyotes, los parientes y paisanos, las comunidades religiosas afanadas en proteger para añadir fieles, los defensores de causas semiperdidas, hoy esperanzados con nuevos estilos gubernativos pero en contexto de exacerbaciones conservadoras. A estas alturas, el trabajo es clave: campos, industrias, pollerías, maquilas, tiendas, restaurantes, plomerías, construcción, florerías, jardinería… componen una larga cadena de nichos laborales. Y el salario deja de ser deuda para convertirse en remesa. Pero la espada de Damocles de la “migra” y de sus aliados está ahí, por encima de la cabeza de cada migrante.
Legalizarse es un sueño y una posibilidad para los menos. La mayoría espera paciente el día de la captura o pone sus esperanzas en legislaciones que se alargan en concretarse. Para mientras trabajan, buscan trabajo o envían salarios apretándose el cinturón para que se convierta en ingresos en un país que de ellos no espera más que ese dinero. Las remesas son cantidades de dinero enviadas por emigrantes a sus países de origen. Las cantidades anuales de dinero son tan grandes que en algunos países han desplazado a las exportaciones tradicionales como la principal fuente de ingresos de la economía nacional. Hoy, los pobres compiten con exportadores y turismo para ver quien aporta más. Los gobiernos y los bancos ven agradecidos la migración pues es entrada de dinero líquido. Mientras los políticos debaten si les extienden ciudadanía electoral en el afán de expandir clientelismos, los bancos administran el traslado del dinero de ese mercado emergente a través de mensajitos. Y, los comerciantes lo acaparan pues la mayor parte de las remesas se dirige al consumo, sea éste necesario o superfluo.
La deportación es la señal de fracaso o de que se acabó el tiempo. Sin embargo el deportado es más benevolente en su juicio, la experiencia de la migración es única y marca para siempre. Mientras no sea deportado la idea es aprovechar el tiempo y soñar en el retorno. Un sueño que se construye como ideología: la casa, las propiedades y la autojubilación. Sueño que las mujeres y los hijos comparten menos porque ¿para qué regresar a países donde retornar a la pobreza es posible? Los familiares azuzan la idea de su responsabilidad para con ellos, también los incitan los cultos religiosos que reciclan aquella máximas de inicios del capitalismo: reprime tus pasiones, se austero e invierte. Las mujeres agradecen su combate al alcohol cuestionando la irresponsabilidad machista.

Las remesas también son una forma de recordar aquello que se dejó atrás. En el país los familiares las esperan con ansias, remesas que no siempre son constantes ni voluminosas. Consumen, construyen y ahorran. Compran terrenos o transportes, ponen negocios y comercian. Además construyen, reparan o modifican los espacios íntimos, algunos en aldeas, la mayoría en los poblados mayores.

Urbanización sin urbanidad
Los poblados, esos lugares de la trama local, se transforman. Lo destinado a la vivienda, al comercio y al consumo los impacta y transmuta los pueblos en ciudades liliputenses o impone un estilo sin ciudad, palpable demostración de cambios. De esta forma asistimos a la inversión, como nos lo recordaba un sociólogo: antes la ciudad se apreciaba de cara al campo/naturaleza, hoy el campo se percibe por referencia a la ciudad.

Los arquitectos enfatizarán siempre las debilidades de la urbanización. El racionalismo de la planificación hace mucho que fue engavetado por las élites, que miraron con horror ideológico este tipo de proyección del bien común. Grandes y pequeñas ciudades crecen al amparo del mercado inmobiliario, donde todo espacio es comercializable, construible y financiable. Sus ojos ven a los de arriba y a los de en medio. A los de abajo muy poco. En las grandes ciudades los alcaldes ven su intervención como una enorme tarea. Los ingresos son limitados para tal faena. Los precios de la tierra suben pero no así la tasación impositiva. La planificación es limitada y las intervenciones asumen preferencias.

Las ciudades grandes se agrandan más. Las migraciones internas han sido el motor de ese crecimiento. En las ciudades desde hace tiempo se acostumbra a ver la gran mole que engulle los contrastes. El paso de un barrio high a una barriada puede no ser tan traumático. Uno, porque no es necesario atravesar distancias urbanas y la vida cotidiana se focaliza, dos, porque las municipalidades comienzan a poner énfasis en jardinizaciones y rutas alternas, que acercan a los pobladores a un imaginario de grandes ciudades. Tres, porque hoy el ideal es circular y no habitar. No obstante, esos asentamientos conviven diferenciados pero cercanos.

Y junto con ello arriba el caos urbano. En El Salvador y Honduras las poblaciones aparecen menos caóticas que en Guatemala. En el fondo lo explica el sentido de Estado construido con anterioridad. Simplemente no hay regulación, mucho menos árbitro. De ser ciudades de esperanzas se convierten en ciudades de desamparo cuando surge otro caos, la violencia. Las ciudades dejan de ser los espacios de sociabilidad extensiva para convertirse en los de convivencia atrincherada. Entre más se juntan más se desconfían. Las ciudades liliputenses siguen el modelo.

Fuera de las capitales el efecto migratorio se deja sentir con más fuerza. En los pueblos el crecimiento desordenado es aun más patético. Un crecimiento reciente y rápido, donde transitar de un lado al otro se convierte en una aventura. Los alcaldes se aferran a sus viejas tradiciones del gobierno mientras ven con cierta impotencia las demandas nuevas: tráfico, basura, servicios, calles para flujos de circulación, necesidad de energía, agua…. Las alcaldías exigen especialización y no el juego político de alianzas de las elites rastreadoras de clientelismos.

La arquitectura de las remesas ha coadyuvado a esta imagen de crecimiento desordenado, de ciudad no planeada. La gente construye donde puede y como quiere. Variadas serán sus respuestas según país y lugar. Tanto en ciudades como en pueblos el urbanismo crece horizontalmente, ganándole terreno a la agricultura. El límite lo impone, primero, el tamaño del lote, lo construido en su interior y las condiciones de propiedad. Se sigue la lógica impuesta por la histórica degradación campesina. Las herencias disminuyen los terrenos pues ampliarlos es difícil para campesinos/jornaleros. Esto sólo es accesible para aquellos que se distancian socialmente de sus iguales. Las remesas vendrán a ampliar esas distancias pero el incremento poblacional seguirá su lógica fragmentando propiedades. De tal forma que, cuando los lotes tradicionales del pueblo se llenan, la tendencia es ganarle terreno al campo y el desorden se amplía en el espacio.

Esa construcción combina la necesidad de actuar en el espacio, de demostrar las aspiraciones de fugarse de la pobreza, de mantener viejos hábitos/formas de ver y vivir, así como alcanzar funcionalidades modernas. De algún modo continúa aquella creatividad y adaptación de la arquitectura sin arquitectos, que muchas veces afea el panorama pero resuelve con recursos limitados. Y es aquí donde está su mérito. Es ésta una creatividad que surge de los esfuerzos propios, pues ni el capital ni el Estado los acompañan. Una arquitectura en soledad y de solidaridad.

¿A qué cultura responde la arquitectura de remesas?
En la medida que uno recorre el libro en ese ejercicio de “conocer viendo” saltan dudas sobre cómo valorar la arquitectura de las remesas. ¿Es ésta una arquitectura propia o está inmersa en el mar de no estilos? Los autores insisten en el tema de la hibridez/mestizaje. Dos conceptos que se acercan y se alejan al tiempo que sus definiciones nos refuerzan la ambigüedad en sus resultados. Cruce, procreación, mezcla y producto frente a naturaleza, especie, genética y culturas son las palabras claves. Y si queremos volver más complejo y ambiguo el significado podemos incluir palabras vinculantes como: trama, superposición, juntar, traslapar, fundir, pegar… Hoy sabemos que la hibridez le ganó al mestizaje para explicar los cambios culturales postmodernos, dejando al segundo sentido más vinculado al proceso biosocial. A veces pareciera que la diferencia estriba en el acento que le pongamos a la perspectiva de ver esa relación. La hibridez nos habla de una especie de mestizaje cultural pero efectuado en el marco de un mismo carácter civilizatorio, mientras el mestizaje resalta el carácter de los opuestos culturales relacionados en el choque civilizatorio.

La arquitectura contemporánea hace tiempo que dejó atrás a la vernácula. El proceso de urbanización -hoy se calcula que la mitad e la población guatemalteca vive en espacios urbanizados- ha venido acompañado de modificaciones culturales importantes y de apegos a la modernidad: las casas de cemento, el mercado absorbente, los servicios multiplicados, la histérica circulación, el todo para hoy, la dominante tecnología de la comunicación, sin olvidar sus otros productos: la exclusión de gente imprescindible al mercado, la extensa violencia social, el miedo como cultura global, la fascinación por los objetos… Todo ello nos acercan ese espíritu civilizatorio compartido.

Para algunos esta contradicción choca con la tradición heredada, fuerte en significaciones. Más evidente en Guatemala pues lo maya migrante y sus receptores locales están a flor de piel. Los cambios de los últimos años en el mundo social indígena son visibles y atraen a los observadores científicos o turísticos como moscas. El paisaje ha sido modificado profundamente rompiendo los romanticismos de la visión folklórica. La recreación de comunidad en el espacio de migración señala su insistencia en no abandonar aquello que los ha unido por siglos. Mientras el mundo mestizo guatemalteco, salvadoreño y hondureño se aferra a modernidades y adaptaciones culturales con menos dificultad. La experiencia cultural parece presentar rasgos distintos entre ambos, quizás estereotipados en la dupla: inclinación individualista-inclinación comunitaria; aunque los una, con placer o con angustia, el proceso civilizatorio de la modernidad posmoderna que vivimos.

Muchos observadores externos destacan que la arquitectura de remesas tiene estatuto propio porque se basa en la relación de imaginarios. Lo vivido, lo visto en la experiencia migratoria unido a las imágenes representadas que se trasladan a sus familiares locales recrean los deseos constructivos. Los filtros locales –familiares encargados y constructores- le añaden sus detalles e interpretaciones: la hibridez es obvia y el no estilo el resultado.

Esa hibridez muchas veces es valorada negativamente pues choca con la estética construida y alimentada desde posiciones de altura. Y el debate surge, ¿a qué clase de cultura pertenece? Y, así surgen infinidad de dicotomías de debate: el choque entre lo nacional y lo extranjero, el choque entre la creatividad propia y la imitación, el choque entre tradicional y moderno, el choque entre lo desagradable y feo y el placer y lo bonito y estético… De este modo retomamos el viejo debate entre cultura alta y baja, entre cultura sofisticada y simple, entre cultura de élite y cultura popular, entre cultura creativa y cultura de masas, entre cultura tradicional y cultura tecnológica… En fin, una interminable discusión, muy productiva y necesaria, a no ser porque a veces caemos en las opiniones prejuiciosas, pues criticar la fealdad o el absurdo decorativo puede desvalorizar.

Lo adaptable, lo ornamentado, lo barroco, lo feo, el gris cementero, el cajón vertical de las construcciones, los ventanales humeados, las columnas excesivas, el barroteado… ese gusto no compartido que nos asombra al ver la arquitectura de remesas, desde las más creativas a las más comunes y escondidas, no pueden ocultar que se trata del esfuerzo de personas que construyen apoyados en un drama social. La casa de remesa, para quienes logran construirla o para quienes se quedan en el camino, es un asunto de dignidad. Así, este libro nos obliga constantemente a recorrerlo con los ojos de la cultura y con los ojos de la vida social. Una oscilación que en este caso nos la proporciona esa conjugación poco común de las miradas heterogéneas de sus autores y de quienes idearon el proyecto de “conocer viendo”.

Luis Pedro Taracena Arriola

Arquitectura de Remesas

Sueños de retorno, signos de éxito

Presentación de la exposición y publicación Arquitectura de remesas, proyecto de la red de centros culturales de la AECID.

La exposición y publicación Arquitectura de remesas es resultado del trabajo de un equipo transdisciplinar, que durante parte del año 2009 y 2010 ha documentado y examinado la influencia de las remesas económicas y sociales en la arquitectura, la familia y la comunidad de tres países; Guatemala, El Salvador y Honduras. Estableciendo un diálogo entre las ciencias sociales —en especial la antropología— y la arquitectura, con el valioso concurso y soporte de las artes visuales.

La exposición se inaugura el próximo sábado 3 en las salas de exposiciones de espacioce! de la Cooperación Española en La Antigua Guatemala. Forma parte del resultado de la investigación – publicación en la que han participado los antropólogos; Ruth Piedrasanta, Ramón Rivas y Mario Ardón, acompañados de los arquitectos; Raúl Monterroso, Oscar Batres y Ricardo Zavala y los fotógrafos; Andrés Asturias, Andrea Aragón, Daniel Chauche, Walterio Iraheta y Arturo Sosa. La exposición se complementa con la sistematización de contenidos por parte de Luis Pedro Taracena, una instalación audiovisual realizada por Ian Ingelmo y la curaduría de Walterio Iraheta, quien ha invitado al Colectivo La Torana, Simón Vega y Léster Rodríguez con tres instalaciones basadas en el proyecto.

La publicación se presentará, a modo de foro, el próximo sábado 17 en Casa Ibargüen (Ciudad de Guatemala) y el miércoles 21 en la Botica Cultural (Quetzaltenango). Para ello contaremos con la presencia de la responsable de la coordinación académica e investigación antropológica Ruth Piedrasanta, el responsable de la investigación arquitectónica en Guatemala, Raúl Monterroso, con la participación especial de Rosina Cazali, crítica de arte y curadora en artes visuales y Julio César Estrada, doctor en planificación urbana como representante de SEGEPLAN (Secretaría de Planificación y Programación de la Presidencia – Gobierno de Guatemala).

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Exposición
Inauguración de la exposición 3 de julio
Del 3 de julio al 8 de agosto
Hora: 18hrs.
Lugar: espacioce!
Cooperación Española-AECID
La Antigua Guatemala, Guatemala C.A.
6a ave Norte Antiguo Colegio de la Cía. de Jesús.

Presentación de la publicación
Sábado 17
Hora: 12hrs.
Lugar: Casa Ibargüen. 7 Avenida 11-66, zona 1.

Miércoles 21
Hora: 18hrs.
Lugar: Botica Cultural, 3a. calle 15A-20 zona 1, Quetzaltenango.

Conferencias y foros
“Resultados de la investigación Arquitectura de remesas, desarrollo urbano y hacía la búsqueda de soluciones más sostenibles”

Miércoles 21
Hora: 10hrs.
Lugar: Auditorium del Centro Universitario de Occidente, CUNOC, Quetzaltenango.

Jueves 29
Hora: 10hrs.
Lugar: Aula Magna Iglu, del Campus Universitario Zona 12. Universidad de San Carlos. Ciudad de Guatemala.

Viernes 30
Hora: 17hrs.
Lugar: Facultad de Arquitectura, Universidad Rafael Landívar. Auditorio Campus Central, Edificio H.

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Créditos:
Proyecto de la Red de Centros Culturales de AECID

Elena Madrazo Hegewisch
Directora
Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID)

Carlos Alberdi
Director
Dirección de Relaciones Culturales y Científicas AECID

Pilar Sánchez
Jefa adjunta
Departamento de Cooperación y Promoción Cultural AECID

Mónica Mejía
Coordinadora de actividades
CCE El Salvador

Inmaculada Ballesteros
Directora
CCE Guatemala

Álvaro Ortega
Director
CCE Tegucigalpa

GUATEMALA
Ruth Piedrasanta
Coordinación académica e investigación antropológica

Raúl Monterroso
Investigación arquitectónica

EL SALVADOR
Ramón Rivas
Investigación antropológica

Óscar Batres
Investigación arquitectónica

HONDURAS
Mario Ardón
Investigación antropológica

Ricardo Zavala
Investigación arquitectónica

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Luis Pedro Taracena
Responsable de la introducción de la publicación y diseño de contenidos

Walterio Iraheta
Curaduría

Andrea Aragón
Andrés Asturias
Daniel Chauche
Walterio Iraheta
Arturo Sosa
Fotografía

Colectivo La Torana (Guatemala)
Simón Vega (El Salvador)
Léster Rodríguez (Honduras)
Artistas invitados

Ian Ingelmo Ros
Instalación audiovisual

Gemma Gil
Edición

Lucía Menéndez
Ambush Studio
Diseño

Matxalen Díez
Coordinación del proyecto

4.18.2010